Praxis Arqueológica
Volumen 3
Número 1
2022
Pp. 66-71
DOI 10.53689/pa.v3i1.27


Si tan solo Roy Batty hubiese sido arqueólogo. Las «lágrimas en la lluvia» de la arqueología.
If Only Roy Batty Would Have Been an Archaeologist. The «Tears in The Rain» of Archaeology.

Boris Santander

Departamento de Antropología, Universidad Alberto Hurtado, bsantander@uahurtado.cl

Resumen
El presente escrito parte de la lectura de dos textos propuestos por el equipo editorial de la revista Praxis Arqueológica (Aubert et al., 2019; Morcote-Ríos et al., 2021). Aquí se plantean algunas reflexiones en torno al abordaje arqueológico de elementos de orden inmaterial que, por su propia naturaleza, no se depositan en el registro arqueológico y suelen quedar excluidos de nuestra aproximación a las comunidades humanas del pasado, reciente o lejano.

Palabras clave: registro arqueológico, manifestaciones rupestres, cultura inmaterial.

Abstract
This paper is based on the reading of two texts proposed by the editorial team of Praxis Arqueológica (Aubert et al., 2019; Morcote-Ríos et al., 2021). Some reflections are raised about the archaeological approach to intangible elements that, due to their nature, are not deposited in the archaeological record, and are usually excluded from our approach to human groups of recent or distant past.

Keywords: Archaeological record, rupestrian manifestations, intangible cultural manifestations.

I’ve seen things you people wouldn’t believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.
Roy Batty, Blade Runner

El equipo editorial de la revista Praxis Arqueológica me invitó a presentar un texto de reflexión a partir de la lectura de dos artículos publicados en años recientes (Aubert et al., 2019; Morcote-Ríos et al., 2021), en los cuales se presentan evidencias, de diferente orden, de manifestaciones rupestres figurativas en contextos pleistocénicos en Indonesia y Colombia, respectivamente. Más allá de la distancia geográfica y cronológica, e incluso de la «vía de aproximación» que sus autores utilizan para abordar el tema, resalta un punto en común en el que quisiera concentrar mi mirada: la forma en la que estas expresiones materiales nos obligan a abordar el mundo ideacional de los grupos humanos del pasado y, al mismo tiempo, de lo complejo que se nos vuelve pensar en lo que no vemos… hasta que lo vemos en forma de artefacto, ecofacto o rasgo.

Voy a partir desde un texto ya clásico, publicado el año 2005. El destacado arqueólogo británico Paul Mellars1 publicó un artículo titulado «The Impossible Coincidence. A Single-Species Model for the Origins of Modern Human Behavior in Europe», en el cual explora la relación entre la aparición de la tecnología aurignacense en Europa (considerado comúnmente como el marcador sapiens por excelencia) y la disminución en las ocupaciones musterienses (tecnología comúnmente considerada distintiva de las ocupaciones neandertales2). En dicho artículo, el autor sintetiza información proveniente de distintos frentes, para consolidar un argumento central: la aparición del comportamiento moderno en Europa tendría su origen en una difusión tecnológica asociada a la dispersión de los humanos anatómicamente modernos entre los cuarenta y cinco y los treinta y cinco mil años atrás. Para tal efecto, el autor comprende la aparición de las pinturas rupestres como el ejemplo más claro de «conductas simbólicas».

Esas manifestaciones propias de la capacidad simbólica de la experiencia humana se ven claramente reflejadas en el artículo de Aubert et al. (2019), quienes dan cuenta de la existencia de un panel en Leang Bulu’ Sipong 4 (Sulawesi, Indonesia) donde hace al menos cuarenta y tres mil años –de acuerdo con el fechado de espeleotemas en la superficie de las pinturas a través de series de uranio– grupos de foragers representaron por medio de pinturas una escena de caza en la que intervienen seres humanos, animales y teriantropos (personajes antropozoomorfos). Esta temprana escena sería, hasta ahora, la expresión más antigua de «arte figurativo» del mundo y, como señala el equipo de investigación, el registro gráfico más antiguo de un relato. Es necesario hacer notar que el artículo iguala el más temprano fechado de la evidencia con el más temprano fechado de la existencia de pensamiento complejo propio de Homo sapiens. En sus palabras: «This is noteworthy, given that the ability to invent fictional stories may have been the last and most crucial stage in the evolutionary history of human language and the development of modern-like patterns of cognition (Boyd 2018)» (Aubert et al., 2019, p. 445).

Por otro lado, el artículo de Morcote-Ríos et al. (2021) presenta evidencia inédita sobre fechados tempranos en Serranía de La Lindosa, en el Guaviare colombiano, representando la más temprana referencia hasta ahora de ocupaciones en este sector de la selva amazónica. El estudio de tres sitios (Cerro Azul, Limoncillos y Cerro Montoya) permitió a los autores fechar ocupaciones en el área entre 12.600 y 11,800 cal AP (a pesar de disponer de fechados más tempranos sobre carbón, los autores prefieren considerar aquellos sobre los que opera mayor «certeza»). Un elemento singular del área es la existencia de un conjunto de paneles con pinturas que representan un número importante de figuras antropomorfas, zoomorfas, fitomorfas y geométricas, entre las que destacan motivos que podrían corresponder a perfiles de fauna pleistocénica hoy extinta, como caballos americanos, proboscideos, megatéridos, litopternos o paleolamas. Si bien es cierto que, tal como señalan los autores, es posible encontrar otras evidencias de manifestaciones rupestres en contextos pleistocénicos en Sudamérica (Whitley, 2013). En los casos en los cuales es más o menos clara la evocación a fauna pleistocénica extinta, esta es, sin lugar a dudas, escasa, siendo el caso más evidente la figura de un felino moteado (Pantera onca mesembrina?) en la cueva 6b de estancia El Ceibo, en la Patagonia argentina (Paunero, 2012).

La reflexión central que me queda tras la lectura de los textos propuestos por el equipo editorial de Praxis guarda relación con la forma en la que la arqueología está hoy enfrentándose a preguntas más allá del establecimiento académicamente aceptado de fechados tempranos. Tiendo a pensar que, en ambos textos, la importancia de la información presentada no radica en la mera antigüedad de las evidencias, sino en la incorporación al repertorio cultural de quienes protagonizaron las ocupaciones tempranas, de un acervo intelectual y una vida social con mucho mayor profundidad que aquella en la que tradicionalmente la arqueología de cazadores recolectores suele profundizar (ya sabemos, movilidad, patrón de asentamiento, estrategias de subsistencia, etc.).

No son, sin embargo, estos textos los únicos en su especie. A fines de 2019, Rodríguez-Hidalgo et al. planteaban, a partir de las evidencias de talus de aves de presa presumiblemente utilizados como artefactos decorativos (collares), la existencia de un rasgo cultural repetidamente representado en un lapso de casi ochenta mil años en el sur de Europa, reavivando la discusión sobre un aspecto que ha sido tremendamente esquivo (las evidencias materiales del mundo simbólico de los neandertales, baste volver al artículo de Mellars supracitado) y que ha sido levantado también sobre otras líneas de evidencia, como las más tempranas manifestaciones rupestres en Europa (Hoffmann et al., 2018) o el uso de plumas como adorno por parte de los humanos neandertales (Peresani et al., 2011).

De modo similar, Tylen et al. (2020), a través de estudios experimentales llevados a cabo con humanos actuales, proponen una larga trayectoria en la evolución del lenguaje gráfico que llevó a mejorar su condición de «conductor de información» durante el Paleolítico Medio africano, evidenciado en las placas de ocre y cáscaras de huevo grabadas de Blombos Cave y Diepkloof Rockshelter respectivamente (Henshilwood et al., 2002; Texier et al., 2013). En su estudio, Tylen et al. proponen que la evolución del sistema gráfico representado en los sitios permitió facilitar su recuerdo y reproducción, lo que, a la larga, dio pie a la construcción de un estilo, parte de prácticas culturales desarrolladas, aprendidas y transmitidas por los grupos humanos que habitaron la actual Sudáfrica.

Pero volvamos al texto de Mellars. La evidencia sintetizada por el autor en el artículo del año 2005 guarda una solidez relevante en su lógica interna, pero deja de lado un elemento importante, relativo a la naturaleza de la complejidad de las estructuras ideológicas de los grupos autores del repertorio tecnológico «pre-Aurignacense» o «Aurignacense», y no se adentra más que a mencionar las estructuras básicas de lo que tradicionalmente se considera como «ideacional» o como prueba de un pensamiento complejo en cuanto a la relación hombre-naturaleza. En ese sentido, el autor parece no considerar un elemento de suma relevancia: las evidencias de pensamiento complejo no siempre quedan en el registro arqueológico, no siempre cristalizan en artefacto ni dejan sus huellas en las paredes a través de un pigmento. Es, por así decirlo, la maldición de la arqueología, la condena a dejar atrás aquello que se pierde en el proceso de formación del registro arqueológico y que muchas veces es parte indispensable de lo que define a nuestra especie y quizá, por qué no, a nuestro género homo.

Sin embargo, hay en todo esto una enorme posibilidad de desarrollo para la práctica arqueológica. No pretendo explayarme aquí sobre las posibilidades de aproximación a los elementos no tangibles de la experiencia humana y la forma en la que la arqueología ha considerado su abordaje: ya sea como imposible, como ilusorio o como necesario. Se han escrito ríos de tinta al respecto, más y mejor documentados que este humilde comentario y, por tanto, me limito simplemente a llamar la atención sobre las implicancias que tiene para nuestra praxis la evidencia (y la conciencia) de una profundidad temporal mayor para las expresiones «simbólicas» en diferentes contextos «tempranos» o de «colonización».

Estos contextos tempranos suelen ser esquivos, de baja visibilidad y difícil localización. Independiente del continente en el que nos encontremos, los sitios arqueológicos reflejo de ocupaciones iniciales en un territorio son motivo de discusión acalorada sobre lo evidente del conjunto, del contexto paleoambiental, las posibilidades de contaminación de los restos y, por supuesto, de las motivaciones económicas que llevaron a un grupo humano a asentarse en un lugar. Y en esa ráfaga de cuestionamientos, frecuentemente tendemos a olvidar lo que no vemos. Cuando apreciamos los fascinantes murales pintados de la Serranía de La Lindosa, se hace evidente que hay un mundo gigante de información que desconocemos, que podemos ignorar o, en excelentes casos, señalar como existentes pero inabordables y que nos llevan a recordar que estas personas poseían un mundo intelectual enorme que necesitaba ser representado.

¿Por qué no abordamos esas preguntas? ¿Es solo por nuestra atávica vinculación a los restos materiales? ¿Necesitamos esperar que murales pintados, piedras y conchas perforadas o huesos tallados nos recuerden la profundidad de la experiencia humana? Evidentemente no hay una respuesta a esas preguntas: la arqueología como disciplina científica se construye sobre evidencia (¡afortunadamente!) y, por tanto, es difícil arrancar desde elementos inexistentes del registro. Es ahí donde radica la importancia de las nuevas evidencias en torno a las representaciones ideacionales en manifestaciones muebles o inmuebles3 y es el planteamiento de desafíos que superan la propia existencia de materiales con los cuales contrastar hipótesis en la aún hoy fascinante lógica de las middle-range theories (sensu Binford, 1983). Estas manifestaciones son el horizonte que nos obliga a avanzar, a buscar respuestas más allá de declaratorias vacías.

Es en esa búsqueda que el propio Mellars el año 2009 publicó un excelente artículo que intenta explicar la sobresaliente presencia de pinturas en cuevas del actual territorio francocantábrico durante el Paleolítico Superior, a partir de las evidencias materiales, la reconstrucción paleoambiental y la ubicación de los sitios. Es decir, desde un andamiaje ecológico, busca una aproximación a la expresión del fenómeno en el mundo material. Son esas ideas plasmadas en las rocas el resultado de un proceso intelectual de racionalización del mundo exterior, que cobra una dimensión tangible, pero que puede, sin lugar a dudas, existir con independencia de su expresión material perdurable.

Lo que nos muestran los artículos como los de Aubert o Morcote-Ríos (y sus respectivos colaboradores) nos debiese alertar sobre lo que no estamos viendo en nuestros conjuntos; animarnos a buscar en el registro aquellas ideas que ya estaban operando en los grupos humanos que poblaron nuestro continente y que probablemente fueron expresadas en formas que perdimos, quizá, para siempre… Esas son nuestras lágrimas en la lluvia.

Notas

1 Durante el proceso de revisión de las líneas que escribo se hizo pública la triste noticia del fallecimiento de Paul Mellars, un gigante de la arqueología, académico de enorme prestigio y figura indispensable en el estudio de los grupos neandertales.

2 No entraré, por no ser el objetivo del presente texto, en la discusión sobre la correspondencia de una tecnología châtelperroniense y si la autoría de la misma es propia de neandertales o sapiens.

3 Trato intencionadamente de evitar la palabra arte, dada su improbable traducción al mundo no europeo (y no digamos ya pleistocénico)..

Referencias citadas

Aubert, M. et al. (2019). Earliest hunting scene in prehistoric art. Nature, 576(7787), 442-445.

Binford, L. (1983). Working at Archaeology. Nueva York, Estados Unidos: Academic Press Inc.

Henshilwood, C. S. et al. (2002). Emergence of Modern Human Behavior: Middle Stone Age Engravings from South Africa. Science, 295(5558), 1278-1280.

Hoffmann, D. L. et al. (2018). U-Th Dating of Carbonate Crusts Reveals Neandertal Origin of Iberian Cave Art. Science, 359(6378), 912-915.

Mellars, P. A. (2005). The Impossible Coincidence. A Single-Species Model for the Origins of Modern Human Behavior in Europe. Evolutionary Anthropology, 14, 12-27.

Mellars, P. A. (2009). Cognition and Climate: Why is Upper Palaeolithic Cave Art almost Confined to the Franco-Cantabrian region? En C. Renfrew y I. Morley (Eds.), Becoming Human: Innovation in Prehistoric Material and Spiritual Culture (pp. 212231). Cambridge, Reino Unido: Cambridge University Press.

Morcote-Ríos, G., F. J. Aceituno, J. Iriarte, M. Robinson y J. L. Chaparro-Cárdenas (2021). Colonisation and Early Peopling of the Colombian Amazon during the Late Pleistocene and the Early Holocene: New Evidence from La Serranía La Lindosa. Quaternary International, 578, 5-19.

Peresani, M., I. Fiore, M. Gala, M. Romandini y A. Tagliacozzo (2011). Late Neandertals and the Intentional Removal of Feathers as Evidenced from Bird Bone Taphonomy at Fumane Cave 44 ky B.P., Italy. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 108(10), 3888-3893.

Rodríguez-Hidalgo, A. et al. (2019). The Châtelperronian Neanderthals of Cova Foradada (Calafell, Spain) used Imperial Eagle Phalanges for Symbolic Purposes. Science Advances, 5(11), 1-12.

Texier, P.-J., G. Porraz, J. Parkington, J.-P. Rigaud, C. Poggenpoel y C. Tribolo (2013). The Context, Form and Significance of the MSA Engraved Ostrich Eggshell Collection from Diepkloof Rock Shelter, Western Cape, South Africa. Journal of Archaeological Science, 40(9), 3412-3431.

Whitley, D. S. (2013). Rock Art Dating and the Peopling of the Americas. Journal of Archaeology, 2013, 1-15.

Recibido: 20/5/2022 Aceptado: 20/5/2022