Praxis Arqueológica
Volumen 3
Número 1
2022
Pp. 59-65
DOI 10.53689/pa.v3i1.26
Resumen
Se realizan comentarios acerca de dos recientes trabajos que presentan pictografías consideradas antiguas descubiertas en Colombia e Indonesia.
Palabras clave: pictografías, antigüedad, cognición.
Abstract
Comments are made on two recent papers that present pictographs considered old discovered in Colombia and Indonesia.
Keywords: pictographs, antiquity, cognition.
Recientemente se han publicado evidencias de pinturas rupestres consideradas antiguas procedentes de La Lindosa en Colombia y Leang Bulu‘ Sipong 4, en Indonesia. La presentación de ambos casos difiere mucho en enfoque y objetivos, pero fundamentalmente en estado de avance de la investigación. Debido a que solo uno de estos casos tiene las pinturas datadas, no es seguro que la comparación sea justa.
Tres aleros en serranía La Lindosa fueron ocupados desde c. 12,600 cal BP (Morcote-Ríos et al., 2021), quizá representando una expansión humana hacia Amazonia desde la sabana de Bogotá durante el Younger Dryas, enfatizando un escenario de construcción de nicho. Sin duda, es el más adecuado escenario, dado el drástico cambio de hábitat implicado. En un fascinante trabajo, Morcote-Ríos y colaboradores presentan los hallazgos de sus excavaciones e identifican posibles representantes de megafauna pleistocena en las pinturas rupestres, que en este caso no están datadas. Es un planteo atractivo que debe juzgarse con mesura. Ante todo porque no es sencillo confirmar la identificación ni los alcances de estas representaciones.
En otros casos en que se buscó estudiar la fauna representada en paredones rocosos, las identificaciones se han realizado mediante comparaciones detalladas con la morfología de animales vivientes (Ballester et al., 2019) o con el apoyo de estudios de morfología geométrica (Cobden et al., 2017). Para el caso de La Lindosa, en cambio, las comparaciones son de carácter muy general. La identificación de los caballos, por ejemplo, se sostiene sobre la base de la ausencia de jinetes asociados a las figuras animales y a la morfología y tamaño de las cabezas. El primer criterio es necesario, aunque el segundo es más interesante y efectivo. Para otras faunas se utiliza la «morfología general», que efectivamente parece corresponder a los animales en cuestión (Morcote-Ríos et al., 2021, p. 13). Pero debería aceptarse que estas identificaciones están aún insuficientemente desarrolladas.
Resulta más importante reconocer que la aceptación de las identificaciones no implica necesariamente la contemporaneidad de esa fauna con las pinturas o inclusive –en el escenario de dispersión planteado por los autores– que esta fuera local.
Morcote-Ríos y colaboradores (2021) mencionan la existencia de otros casos de representaciones de fauna del Pleistoceno en pictografías de América del Sur. Un ejemplo que siempre se destaca es el del sitio El Ceibo en el Macizo del Deseado, Patagonia, para el que usualmente se sostiene que el felino pintado en la Cueva 6b ha sido datado hacia fines del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, sobre la base de que se trata de un felino extinto (Panthera onca mesembrina) (Troncoso et al., 2018). Esa evidencia en realidad no es tan clara. Efectivamente, Cardich (1979) lo presentó como una representación de una subespecie extinta de un felino, pero no lo ha datado. La evidencia contextual, mostrando que está superpuesto a tres guanacos blancos (los más antiguos representados en cueva de las Manos) (Podestá et al., 2005, pp. 25-6 y 67), sugiere una edad en el Holoceno temprano como máximo, tiempo en que esa subespecie de felino ya habría desaparecido, posición que también mantuvo Cardich (1979). Por otra parte, Podestá et al. (2005) relacionan esa pintura con el mito del lemisch o «tigre de agua», lo que no implica necesariamente su identificación con un animal extinto (Lehmann-Nitsche, 1902). Esta interpretación de Lehmann-Nitsche se desarrollaba en el marco de una discusión con la idea de Ameghino (1898) de que Mylodon aún vivía en la Patagonia en el siglo xx. También pueden mencionarse otros sitios con pinturas de felinos en la misma región. Se destaca la Cueva de los Felinos, no muy lejos de El Ceibo, con varias representaciones que Arrigoni considera que podrían representar animales extinguidos, aclarando que estilísticamente deben corresponder al Holoceno medio (Arrigoni, 1996, p. 138). También importa mencionar las representaciones de otro sitio, la Cueva del Felino de la María Quebrada, para la que se consideró la posibilidad de que representen maneras de perpetuar felinos extintos «en forma de mito en el arte rupestre de la región» (Paunero, 2009, p. 42). Es importante que todas estas manifestaciones corresponden a una misma región bien delimitada, mostrando la reiteración de contextos asignables al Holoceno en que se pintan animales probablemente extintos.
El mismo tratamiento dado al caso de los felinos pintados, aunque más detallado, resultó relevante para casos de pisadas registradas en Piedra Museo, otro sitio en el Macizo del Deseado. En este caso, se estimó que podían atribuirse a Hippidion saldiasi, considerando «that this animal remained in the memory (…) through oral tradition» (Miotti y Carden, 2007, p. 214). Carden explicó que la cronología no apoya una atribución a animales extintos y se preguntó si pueden representar «the persistence of horse prints in memory» (Carden, 2009, p. 36), dentro de lo que se denomina mythical history, en que se evoca un pasado poco conocido (en el sentido de Gosden y Lock, 1998; ver también Castro y Varela, 2016). La importancia de las historias orales está bien documentada en Patagonia (Bórmida y Siffredi, 1969-1970), y el posible mantenimiento de los caballos extintos en el interés y quizá la memoria de antiguos patagónicos también está avalada por los fósiles de caballos que recolectaron y fueron recuperados en sitios arqueológicos del Holoceno (Gradin et al., 1979, p. 215).
En resumen, se acepta que los casos del Macizo del Deseado, sin datar, podrían en ciertos casos representar animales extintos, pero sin requerir contemporaneidad. Por el momento ignoramos si una interpretación semejante podría aplicar en el caso de Amazonia colombiana, pero parece una útil alternativa a considerar.
A partir de lo dicho conviene aclarar dos cosas. Primero, no es adecuado considerar hallazgos sin datar como indicadores cronológicos y ambientales, como se ha sugerido para La Lindosa. Segundo, no es útil considerar la participación de megafauna en la dieta humana sobre esta base pictográfica. Con respecto a este segundo tema, recordemos que ya cuesta mucho interpretar casos de consumo aún disponiendo de los huesos. En el caso de La Lindosa, el contexto de los hallazgos minimiza esa posibilidad, ya que los restos faunísticos –muy fragmentados y alterados térmicamente– están dominados por peces, roedores y reptiles, básicamente presas pequeñas. Este repertorio faunístico de espectro amplio está totalmente alejado de la gran caza. Aun en el caso de poder confirmar que se representó la megafauna, debería considerarse al menos con el mismo peso la posibilidad de que constituyan una referencia a recuerdos mantenidos por transmisión oral durante generaciones (ver Wilbert y Simoneau, 1992).
Las frecuencias de restos en la base de la secuencia de La Lindosa son muy bajas. Como este tema no está desarrollado, es difícil saber si se debe a un tema formacional o si es un reflejo de una etapa de exploración, lo que parece posible a la luz del concepto de dispersión desde la sabana de Bogotá que utilizan. Al interpretar las distribuciones temporales de pinturas en este contexto de potenciales ocupaciones efímeras es útil realizar, siguiendo a Fiore (2006), una evaluación del potencial papel de las pinturas durante las etapas de poblamiento inicial. En particular, la noción de que se trataría de un tiempo en el que «el vínculo con el paisaje aún se estaba construyendo» (Fiore, 2006, p. 50), situación que contrasta con el tiempo en que se establecen redes de intercambio visual (ver, por ejemplo, Troncoso et al., 2016).
Estas dificultades, unidas a la larga y discontinua historia ocupacional del sitio, indican que urge conocer en qué momento se multiplicaron estas pinturas para ver cuándo aplica la atractiva hipótesis de agregación humana esbozada por los autores (Morcote-Ríos et al., 2021, p. 15). En otras palabras, ¿que parte de los extensos paneles pintados corresponden a las primeras efímeras ocupaciones?
No deben descuidarse otros antecedentes, tanto específicos como generales. Como bien remarcan Morcote-Ríos y colaboradores, los caballos de La Lindosa son europeos para Urbina y Peña (2016). Esto recuerda tanto al caso de Pedersen (1978), quien registró en la isla Victoria (Río Negro, Argentina) motivos de jinetes, que en algún momento atribuyó a caballos extintos, como a la discusión de Piedra Museo recién presentada. En un plano más general, no faltan antecedentes de identificación de fauna pleistocena en pinturas, grabados o relieves americanos. El padre Molina (1976) identificó fauna extinta en las paredes de sitios patagónicos, aunque ya Bate (1982, p. 27) comentó con buenos argumentos que la atribución de motivos del estilo Río Chico a Camelops no se sostenía.
No es adecuado ser muy crítico con la evaluación del caso de La Lindosa, pues el tema de las pinturas aún no está totalmente investigado. Por ejemplo, el trabajo no contiene información acerca de meteorización o superposiciones. Tal como informan los autores, se trata de especulaciones bien fundadas, pero no pueden aceptarse sin análisis de la edad de las pinturas aunque sea en escala ordinal.
La situación de Leang Bulu‘ Sipong 4, Sulawesi, Indonesia es muy diferente. Las pinturas están datadas en unos cincuenta mil años usando la técnica de las series del uranio sobre espeleotemas. Hay una detallada presentación de la evidencia, que parece indiscutiblemente cubierta por los espeleotemas datados y donde los contextos local y regional son muy fuertes. Se trata de composiciones complejas en que se reconocen teriantropos (seres parcialmente humanos) en escenas de caza de cerdos salvajes y bóvidos enanos. El marco de la discusión es lo que denominan la predisposición adaptativa para inventar, contar y consumir historias, presentando el caso como la más antigua evidencia de comunicación de una narrativa en la historia del arte paleolítico. Siguiendo a Boyd (2018), consideran que representa la etapa final y más importante de la historia evolutiva del lenguaje humano, así como del desarrollo de patrones modernos de cognición (Aubert et al., 2019). Esta sugerencia lleva a una discusión que comentamos más abajo. Probablemente parte del impacto de este caso deriva de la manifestación de esta etapa tan lejos de los centros de origen de Homo sapiens, así como de los presumidos centros de dispersión de las distintas propiedades asociadas con la «modernidad» en términos paleoantropológicos (ver Henshilwood y Marean, 2003). Esto resulta muy claro cuando los autores comentan los diversos antecedentes europeos desplazados cronológicamente por Leang Bulu‘ Sipong 4 (Aubert et al., 2019). Sin duda, hay dos rápidas respuestas posibles ante estos planteamientos. Primero, que cuando buscamos edades de aparición de determinadas conductas, deberíamos dar más crédito a las condiciones tafonómicas y de muestreo antes que al lugar del planeta en que se manifiestan. Una conclusión inmediata, entonces, es que puede ser instructivo examinar comparativamente las condiciones de preservación registradas en Leang Bulu‘ Sipong 4. Como resulta ya usual en toda investigación arqueológica, el estatus de informaciones acerca de «la más antigua presencia de…» suele tener vida corta. Pero más importante aún es la segunda razón. Dada la situación implicada por la exploración y colonización efectiva de muy variados ambientes, particularmente en Wallacea, en medio de la ruta que probablemente se utilizó para completar el primer desplazamiento marino importante conocido para la especie, se verifican todas las condiciones adecuadas para gatillar innovaciones culturales. Efectivamente, es un dictum que ante situaciones novedosas –por ejemplo, terrenos desconocidos– las poblaciones humanas deben utilizar toda la variación cultural existente, desde las tecnologías cotidianas a las latentes, usualmente requiriendo innovaciones. La dispersión de nuestra especie genera el perfecto caldo de cultivo para la aparición de formas de comunicación novedosas. En pocas palabras, dicha evidencia no tiene que aparecer necesariamente cerca del lugar de origen de la especie, pues probablemente marque una etapa dentro de un proceso de adaptación a un espacio que ya estaba siendo reconocido desde hacía algún tiempo. Por definición, estos espacios nuevos deben estar alejados.
¿Cómo se relacionarían los casos de Leang Bulu‘ Sipong 4 y La Lindosa? Por un lado, hemos dicho que el caso colombiano podría encajar dentro de un modelo de representación de historias míticas. Por el otro, recordemos que Boyd sustenta sus ideas invocando estudios de Polly Wiessner (2014) entre los ju/’hoansi de Namibia y Botswana, que muestran en qué forma durante la conversación nocturna, alternada con cantos y danzas, se cuentan historias que a veces se remontan hasta tres generaciones. A su vez, Ernest S. Burch, Jr. encontró casos en Alaska de «events that occurred in the first half of the nineteenth century and were retained in the oral histories of the peoples involved until well into the second half of the twentieth» (2013, p. 166-167) y existen registros semejantes en otros lugares del mundo (por ejemplo, Gusinde, 1982). Esto nos lleva al campo de la persistencia de elementos en la memoria y, a su vez, al de las historias míticas. Las evidencias de Wiessner o de Burch, que son buen sustento para las ideas de Boyd, no alcanzan para fundamentar los casos de memoria en el largo plazo requeridos para explicar las pinturas de Colombia. Sin embargo, permiten considerar otro tipo de motivos para las mismas, aquellos relacionados con situaciones estresantes. Ejemplos comunes son tsunamis, avances del hielo durante la Pequeña Edad del Hielo u otras catástrofes (Burch, 2013; Crowell y Howell, 2013), circunstancias que muchas veces extienden las interpretaciones a la larga duración. Otro motivo puede surgir del impacto causado por la desaparición de animales con los que de una forma u otra se interactuaba. El mantenimiento de eventos y personajes dentro de la memoria en el largo plazo puede ser difícil de aceptar, pero tiene conocidos registros. Un caso fascinante es el de Tupia, un polinesio embarcado con James Cook en 1769, quien podía recitar la historia de su gente, tarea que le tomaba semanas y en la que nombraba hasta cien generaciones de ancestros (Laland, 2017, p. 260).
Resumiendo, si queremos buscar una relación entre ambos casos que vaya más allá de la presencia temprana de pinturas, la encontramos en el probable papel de ciertas estructuras cognitivas y sus métodos de preservación. Desde mi perspectiva, un mismo tema de profundo significado antropológico, la circulación temporal de historias –relacionado con la observación, la caza o tan solo la existencia de faunas–, tiene el potencial de unir a La Lindosa y Leang Bulu‘ Sipong 4 como casos especiales de un modo de perpetuar el pasado.
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Recibido: 04/7/2021 Aceptado: 04/7/2021